martes, 12 de abril de 2011

POETAS MEXICANOS.


José Rosas Moreno


José Rosas Moreno (lagos de moreno, Jalisco, 14 de agosto de 1838 - León, Guanajuato, 13 de julio de 1883). Fabulista mexicano del siglo XIX, hijo de Don Ignacio Rosas y Doña Olaya Moreno (pariente del insurgente Pedro Moreno).
Fue un poeta de tono menor. Sus varias obras líricas contienen apacibilidad y dulzura, nostalgia y suave melancolía. Escribió también varias obras de teatro para niños, poemas de historias de México y libros de lectura infantiles. Buena parte de su colección de poemas se publicó en 1891 con el título de "Ramo de violetas" con prólogo de Ignacio Altamirano. "La vuelta a la aldea" es uno de sus últimos textos románticos, indicador de la influencia de los trabajos de Becquer en la poesía mexicana. Además de escribir poemas líricos, ayudó a cultivar el drama con un sentido artístico.
Poesía
  • El Ratoncillo Ignorante
  • El Zenzontle
  • La vuelta a la aldea
  • ¡Quién pudiera vivir siempre soñando!
  • El Valle de Mi Infancia
EL VALLE DE MI INFANCIA
Salud, ¡oh valle hermoso!
Albergue de placer, donde dichoso
entre sueños espléndidos de amores,
vi deslizarse un día,
cual se desliza el agua entre las flores,
los dulces años de la infancia mía.
Valle umbroso, salud: hoy el viajero
tu abrigo lisonjero
busca ansioso con ávida mirada,
bendice la quietud de tus vergeles,
y reclina su frente ensangrentada
a la sombra feliz de tus laureles.
Aquí esta la montaña, allí está el río;
allá del bosque umbrío
la silenciosa majestad se admira;
allí el lago retrata el firmamento;
la fuente, más allá, lenta suspira,
y agitando los sauces gime el viento.
Allí la cruz está donde, inspirado,
el bien del desgraciado
imploraba con místico cariño,
elevando a los cielos mis plegarias,
y estas agrestes rocas solitarias
las mismas son que amé cuando era niño.
Pero es otro el rocío, otra la brisa
que hoy el abril te da con su sonrisa;
otras las rosas son de encanto llenas
que brillan entre el césped de tu alfombra,
y otras, y otras también las azucenas
que crecen a tu sombra.
Cual las olas que pasan suspirando
los años van pasando;
un instante con flores se embellecen,
un punto brilla su fulgor mentido,
y al fin se desvanecen
en las oscuras sombras del olvido.
¿En dónde están ahora aquellas rosas
tan puras, tan hermosas?...
Están, ¡oh valle!, donde está la calma
de aquellos bellos días tan risueños;
en donde está mi amor, gloria del alma,
y en donde están también mis dulces sueños.
Yo era feliz aquí; yo me adormía
en plácida alegría,
por la dulce inocencia acariciado,
sin más amor que tú, sin otro anhelo
que amar tus flores y cruzar tu prado,
cantar tus fuentes y mirar tu cielo.
Una tarde las aves se alejaban,
y al ver como volaban,
sentí el alma agitarse en ansias locas
y quise, como el águila atrevida,
cruzar las selvas, dominar las rocas,
y aspirar otro ambiente y otra vida:
Y al huracán seguí; y al ver el mundo
sentí en el corazón horror profundo;
anhelé las tranquilas soledades
donde feliz reía,
y sentí que mi espíritu oprimía
la atmósfera letal de las ciudades.
Gozo y placer busqué, gloria y ventura;
y sólo hallé amargura,
inquietudes y afán, tedio y congojas;
del viento del dolor al soplo ardiente,
cual de tus bellos árboles las hojas,
se secó la guirnalda de mi frente.
En vano allí busqué la dulce calma
y el casto amor del alma:
sólo en la multitud con mis pesares
me confundí gimiendo,
y apagó se perdido entre el estruendo
el tímido rumor de mis cantares.
Esquivando el furor de la tormenta,
cual ave voy que el huracán ahuyenta,
y ansioso busco ahora
en tu silencio plácido y tranquilo,
el apacible asilo
donde al menos en paz el alma llora.
También, ¡oh valle!, a marchitar tus galas
la airada tempestad tiende sus alas;
tus flores huella y con furor se agita
marchitando sus vívidos colores...
¡Dichosas esas flores
que el huracán marchita!
Lejos contemplo ya la infancia mía,
y muy lejos la tumba todavía;
oculto afán me mata,
mi destino en la tierra es muy incierto,
y lúgubre a mi vista se dilata
inmenso el porvenir como un desierto.
Sin oír una voz dulce y querida,
solo estoy en el valle de la vida,
cual el ciprés doliente
que en eterno abandono se consume,
sin guirnaldas de hiedras en su frente,
sin que le dé una flor grato perfume.
Nadie piensa en mi amor, nadie me mira,
nadie por mí suspira;
tan sólo la tristeza con mis dolores gime,
y entre sus brazos trémulos me oprime
y reclina en su seno mi cabeza.
E1 alma ardiente que en mi afán seguía
dulce hermana inmortal del alma mía,
me niega su ternura,
y sin oír mi queja,
insensible a mi amarga desventura,
sin enjugar mis lágrimas se aleja.
Ya que en vano la llamo cariñoso
para cruzar con ella el bosque umbroso,
para contarle amante mi querella
y dividir con ella mi alegría,
para soñar con ella
esta sombra de amor que dura un día.
A lo mejor gozar el alma quiere
en el sueño ideal que nunca muere,
del infinito anhelo
en que Dios le revela su destino,
la esperanza feliz del bien divino
con que existen las almas en el cielo.
Aquí morir quisiera
al rumor de tu brisa lisonjera;
pero ¡ay! delirio, mi ansiedad es vana
y el soplo sigo del destino airado...
¡Quién sabe en dónde me hallaré mañana!
¡Quién sabe en dónde moriré ignorado!
Queda en paz, dulce valle, umbroso asilo,
donde existe tranquilo,
plácido albergue de mi amor primero.
Ya va el sol ocultando sus fulgores,
y adiós te dice el infeliz viajero
empapando en sus lágrimas tus flores.





Guillermo Prieto. (1818-1897)

Guillermo Prieto (Ciudad de México; 10 de febrero de 1818 - Tacubaya; 2 de marzo de 1897) fue un poeta y político mexicano.

Obra

El periódico “La República” convocó a un concurso en 1890 para saber quién era el poeta más popular y Prieto ganó. Nombrado por Ignacio Manuel Altamirano “El poeta mexicano por excelencia” y también "El poeta de la Patria”.
Obra poética
  • Versos inéditos (1879).
  • La musa callejera (1883).
  • Romancero nacional (1885)

 Obra en prosa
  • El alférez (1840).
  • Alonso de Ávila (1842)
  • El susto de Pinganillas (1843).
  • Patria y honra
  • La novia del erario
  • Memorias de mis tiempos (1853).
  • Viajes de orden supremo (1857).
  • Una excursión a Jalapa en 1875 [8]
  • Viajes a los Estados Unidos (1877-1878).
  • Compendio de historia
  • A mi padre
Memoria de mis tiempos

¿Qué pasa en los pensamientos de un hombre cuando está irrevocablemente instalado en la vejez, cuando entre la gente que solía tratar, hay más personas muertas que vivas? Es muy probable que piense asimismo en la muerte, pero no de esa manera irreal que suele producir la juventud, cuando la muerte es un accidente que sólo pasa a los demás; sino con la serenidad que se adquiere a raíz de una convivencia permanente con ella a lo largo de la vida. Y es que cuando Guillermo Prieto escribía el primer capítulo de Memorias de mis tiempos, tenía ya sesenta y ocho años, edad propicia para echar una ojeada al camino andado y, ¿por qué no?, intentar reconstruirlo, vivirlo una vez más a través del cristal sepia de la evocación.

La prosa arranca con un colorido reverberante de imágenes: Guillermo Prieto regresa a su infancia en Molino del Rey, y regresa con la inocencia intacta, con el asombro virgen, igualmente listo para encariñarse con los títeres de la calle de Venero, que para recordar con escalofríos el aparatoso y sangriento episodio de la loba. Hay una invitación de complicidad hacia el lector para que éste también se sitúe en medio de las travesuras en la escuela de Calderón, para que se siente a la misma mesa con el autor y ponga a prueba su capacidad de digestión con la tremenda cantidad de viandas enlistadas; o también, para escuchar las singulares lecciones de teología impartidas por la tía Juanita.

Sin embargo, aquella existencia de “cielo azul”, poco tardaría en trocarse violentamente hasta el otro extremo: la muerte, la locura, la mendicidad. Guillermo Prieto oscurece su prosa, deja correr libremente la incertidumbre que lo invadió en aquellos años; necesita que el lector haga empatía con él. Pero el autor no se deja arrastrar por la tristeza, en pocas páginas despeja la narración de su aspecto lóbrego y regresa a su fluidez optimista: es así que relata sus primeros pasos al lado de la poesía en los senderos de la Alameda, de cómo derramaba versos por todas partes, al tiempo que percibía su inutilidad para casi cualquier otra labor. Y además cuenta, cómo gracias al estimulo dado por su amigo, el barbero Melesio, tiene un extraño encuentro con don Andrés Quintana Roo; encuentro que, por otra parte, habría de influir decisivamente en su vida.

Toda esta caterva de acontecimientos, se ve reflejada en el tono narrativo: poco a poco se va alejando de las imágenes hirvientes de la infancia para describir con sobriedad la convivencia con los literatos y demás personajes de la época: Manuel Payno, Casimiro Collado, José María Lacunza, José Zozaya, Juan Hierro, Vicente Gómez Parada, Manuel Tossiat Ferrer, Guillermo Valle, etc.

En Memorias de mis tiempos, además del placer que produce al autor el registro fiel de las costumbres de la época, es fácil distinguir también una habilidad especial para encontrar detalles plenos de humor sutil, incluso en los acontecimientos más disparatados o atroces: es así, que en medio de una epidemia de cólera morbo, recuerda una anécdota que le contara el maestro Cardoso acerca de un cochero que devoraba una chirimoya contaminada, y quien, después de las reconvenciones del maestro, termina cediendo la “fruta homicida” a su mujer, la cual todo el tiempo había estado sólo observándolo comer. O aquel otro suceso, en que un empresario de la plaza de toros de San Pablo organiza una batalla entre un toro mexicano y un tigre africano, y que Guillermo Prieto, al relatarlo, logra darle el tono de una alegoría paródica del insípido nacionalismo de aquellos tiempos.

Es innegable la influencia que generaría posteriormente la Academia de Letrán en la literatura mexicana, sin embargo, gracias al recuento que hace el escritor, podemos ubicarnos en el cuchitril desnudo de José María Lacunza, lugar donde se llevaron a cabo las primeras reuniones; o hacer un recorrido veloz por las vidas de los diversos autores que formaron los cimientos de la Academia; y es que Prieto, a estas alturas, es dominador absoluto de una técnica narrativa sincera consigo misma, sin las imitaciones evidentes de las modas europeas en las que solía incurrir la mayoría de los escritores (incluido él mismo) de la época, cuando todavía estaban absortos en la manera de encontrar una identidad propia para la literatura mexicana. ¿Se debe esto quizás, a que se trata de la relación casi cronológica de unas memorias, es decir, sin el elemento “ficticio” que caracteriza al cuento y a la novela? ¿Pero, no son acaso las memorias una manera de recrear una realidad que ya no es aprensible, y que por tanto, son susceptibles de caer en el engaño bondadoso de los recuerdos, o mejor dicho, en la ficción? Tal vez eso ya no importaba para Guillermo Prieto, pues es muy posible que al colocar el punto final del último capítulo de Memorias de mis tiempos, sospechara, quizá como una mera intuición, que había hecho literatura.


ANDRES QUINTANA ROO (1787- 1851)

Andrés Eligio Quintana Roo (Mérida, Yucatán, 30 de noviembre de 1787 - Ciudad de México, 15 de abril de 1851), abogado, poeta, político e insurgente de la Independencia de México. Fue hijo de José Matías Quintana y María Ana Roo y esposo de Leona Vicario.
Como poeta es un neoclásico influido por Manuel José Quintana; su principal composición es la oda Dieciséis de Septiembre, de alto tono patriótico, en la que exaltaba la libertad y condenaba a la tiranía. Más político, patriota y periodista que poeta, publicó dos periódicos de combate: Seminario Patriótico Americano y el Ilustrador Americano.

Dieciseis de Septiembre

Renueva ¡oh Musa! el victorioso aliento
con que, fiel de la patria al amor santo,
el fin glorioso de su acerbo llanto
audaz predije en inspirado acento,
cuando más orgulloso
y con mentidos triunfos más ufano,
el ibero sañoso
tanto ¡ay! en la opresión cargó la mano,
que el Anáhuac vencido
contó por siempre a su coyunda uncido.

"Al miserable esclavo (cruel decía)
que independencia ciega apellidando,
de rebelión el pabellón nefando,
alzó una vez en algazara impía,
de nuevo en las cadenas,
con más rigor a su cerviz atadas,
aumentemos las penas,
que a su última progenie prolongadas,
en digno cautiverio
por siglos aseguren nuestro imperio.

"¿Qué sirvió en los Dolores, vil cortijo,
que el aleve pastor el grito diera
de libertad, que dócil repitiera
la insana chusma con afán prolijo?
Su valor inexperto,
de sacrílega audacia estimulado,
a nuestra vista yerto
en el campo quedó, y escarmentado,
su criminal caudillo,
rindió ya el cuello al vengador cuchillo.

"Cual al romper las Pléyadas lluviosas,
el seno de las nubes encendidas,
del mar las olas antes adormidas
súbito el austro altera tempestosas;
de la caterva osada
así los restos nuestra voz espanta,
que resuena indignada...
y recuerda, si altiva se levanta,
el respeto profundo
que inspiró de Vespucio al rico mundo.

"¡Ay del que hoy más los sediciosos labios
de libertad al nombre lisonjero
abriese, pretextando novelero
mentidos males, fútiles agravios!
Del cadalso oprobioso
veloz descenderá la tumba fría,
y ejemplar provechoso
al rebelde será, que en su porfía
desconociere el yugo
que al invicto español echarle plugo."

Así los hijos de Vandalia ruda
fieros clamaron cuando el héroe augusto
cedió de la fortuna al golpe injusto;
y el brazo fuerte que la empresa escuda,
faltando a sus campeones,
del terror y la muerte precedidos,
feroces escuadrones
talan impunes campos florecidos,
y al desierto sombrío
consagran de la paz el nombre pío.

No será empero que el benigno cielo,
cómplice fácil de opresión sangrienta,
niegue a la patria en tan cruel tormenta
una tierna mirada de consuelo.
Ante el trono clemente,
sin cesar sube el encendido ruego,
el quejido doliente
de aquel prelado que inflamado en fuego
de caridad divina,
la América indefensa patrocina.

"Padre amoroso, dice, que a tu hechura,
como el don más sublime concediste,
la noble libertad con que quisiste
de tu gloria ensalzarla hasta la altura,
¿no ves a un orbe entero
gemir, privado de excelencia tanta,
bajo el dominio fiero
del execrable pueblo que decanta,
asesinando al hombre,
dar honor a tu excelso y dulce nombre?

"¡Cuánto ¡ay! en su maldad ya se gozara
cuando por permisión inescrutable,
de tan justo decreto y adorable,
de sangre en la conquista se bañara
sacrílego arbolando
la enseña de tu cruz en burla impía,
cuando más profanando
su religión con negra hipocresía,
para gloria del cielo
cubrió de excesos el indiano suelo!

"De entonces su poder ¡cómo ha pesado
sobre el inerme pueblo! ¡Qué de horrores,
creciendo siempre en crímenes mayores,
el primero a tu vista han aumentado!
La astucia seductora
en auxilio han unido a su violencia:
Moral corrompedora
predican con su bárbara insolencia,
y por divinas leyes
proclaman los caprichos de sus reyes.

"Allí se ven con asombroso espanto
cual traición castigando el patriotismo,
en delito erigido el heroísmo
que al hombre eleva y engrandece tanto.
¿Qué más? En duda horrenda
se consulta el oráculo sagrado
por saber si la prenda
de la razón al indio se ha otorgado,
y mientras Roma calla,
entre las bestias confundido se halla.

"¿Y qué, cuando llegado se creía
de redención el suspirado instante,
permites, justo Dios, que ufano cante
nuevos triunfos la odiosa tiranía?
El adalid primero,
el generoso Hidalgo ha perecido:
el término postrero
ver no le fue de la obra concedido;
mas otros campeones
suscita que rediman las naciones."

Dijo, y Morelos siente enardecido
el noble pecho en belicoso aliento;
la victoria en su enseña toma asiento
y su ejemplo de mil se ve seguido.
La sangre difundida
de los héroes su número recrece,
como tal vez herida
de la segur la encina reverdece,
y más vigor recibe,
y con más pompa y más verdor revive.

Mas ¿quién de la alabanza el premio digno
con títulos supremos arrebata,
y el laurel más glorioso a su sien ata,
guerrero invicto, vencedor benigno?
El que en Iguala dijo:
"¡Libre la patria sea!", y fuelo luego
que el estrago prolijo
atajó y de la guerra el voraz fuego,
y con dulce clemencia
en el trono asentó la Independencia.

¡Himnos sin fin a su indeleble gloria!
Honor eterno a los varones claros
que el camino supieron prepararos,
¡oh Iturbide inmortal!, a la victoria.
Sus nombres antes fueron
cubiertos de luz pura, esplendorosa,
mas nuestros ojos vieron
brillar el tuyo como en noche hermosa
entre estrellas sin cuento
a la luna en el alto firmamento.

¡Sombras ilustres, que con cruento riego
de libertad la planta fecundasteis,
y sus frutos dulcísimos legasteis
al suelo patrio, ardiente en sacro fuego!
Recibid hoy benignas,
en su fiel gratitud prendas sinceras
en alabanzas dignas,
más que el mármol y el bronce duraderas,
con que vuestra memoria
coloca en el alcázar de la Gloria.

IGNACIO RODRIGUEZ GALVAN( 1816- 1842)


Ignacio Rodriguez Galván, hijo de campesinos, nació el 12 de marzo de 1816 en Tizayuca, en el estado de Hidalgo, México. Fue miembro de la Academia de San Juan de Letrán. Fue director del Calendario de las Señoritas Mexicanas y fundó el periódico Año Nuevo. Editó El Recreo de las Familias. Fue redactor de la sección literaria del Diario del Gobierno. Estrenó obras basadas en la época colonial como Muñoz, visitador de México y El privado del virrey, sus novelas fueron las primeras novelas cortas mexicanas. Muere el 25 de julio de 1842 en La Habana, Cuba, víctima de la fiebre amarilla a los 26 años de edad cuando se dirigía a Sudamérica como oficial de la legación mexicana.
A la muerte deun amigo
Profecia de guatimoc
Adios oh patria mia
La gota de hiel

LA GOTA DE HIEL

¡Jehovah! Jehovah, tu cólera me agobia!
¿Por qué la copa del martirio llenas?
Cansado está mi corazón de penas.
Basta, basta, Señor.
Hierve incendiada por el sol de Cuba
Mi sangre toda y de cansancio expiro,
Busco la noche, y en el lecho aspiro
Fuego devorador.

¡A, la fatiga me adormece en vano!
Hondo sopor de mi alma se apodera
¡y siéntanse a mi pobre cabecera
la miseria, el dolor!
Roncos gemidos que mi pecho lanza
Tristes heraldos son de mis pesares,
Ay a mi mente descienden a millares
Fantasmas de terror.

¡Es terrible tu cólera, terrible
Jehovah, suspende tu venganza fiera
O dame fuerzas, oh Señor, siquiera
Para tanto sufrir.
Incierta vaga mi extraviada mente,
Busco y no encuentro la perdida ruta,
Sólo descubro tenebrosa gruta
Donde acaba el vivir.

Yo sé, Señor que existes, que eres justo,
Que está a tu vista el libro del destino,
Y que vigilas el triunfal camino
Del hombre pecador.
Era tu voz la que en el mar tronaba
Al ocultarse el sol en occidente,
Cuando una ola rodaba tristemente
Con extraño fragor.

Era tu voz y la escuché temblando.
Clavóse un tanto mi tenaz dolencia
Yo adoré tu divina omnipotencia
Como cristiano fiel.
¡Ay, tú me ves Señor! Mi triste pecho
cual moribunda lámpara vacila,
y en él la suerte sin cesar destila
una gota de hiel.
                                                                                                            

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